En la imagen podemos ver los restos de la basílica mandada construir en la capital italiana por el emperador Majencio y terminada, seis años más tarde, por su sucesor, Constantino, en el siglo IV. Se encuentra junto al Foro y se trata del edificio más notable levantado en la última etapa de la época imperial, tanto por sus dimensiones como por sus peculiaridades constructivas, siendo ejemplo del gran avance que supuso la utilización del hormigón u opus caementicium, una mezcla de cal, guijarros y arena puzolana, como material constructivo. Su empleo facilitó la aparición de la bóveda de arista y la tipología de frigidarium, es decir, una nave central cruzada por otras laterales de menor tamaño, patrón utilizado en las termas romanas, que se establecerá en este edificio y que será copiado en las posteriores basílicas cristianas. La nave central tenía 80 metros de largo, el ancho del edifico alcanzaba los 25.5 metros y la altura llegaba a los 35 metros a base de gruesos muros de hormigón cubiertos de ladrillo.
Ruinas de la basílica de Majencio y Constantino
La función de este edificio era civil. En él se llevaban a cabo la actividad judicial del perfecto urbano, cargo administrativo más importante del Bajo Imperio. En la actualidad, solo se mantiene en pie la nave norte, en la que podemos ver el arranque de tres de sus seis bóvedas. No se conocen las causas de derrumbe del resto del edificio, aunque se baraja un posible terremoto.
La bóveda de arista central, apoyada sobre ocho columnas corintias marmóreas, cubre una planta cuadrada, lugar más importante del recinto. En los laterales se abrieron nichos para esculturas y, en el extremo norte, se encontraba un ábside, lugar en el que se colocaba el estrado para los jueces. En el muro occidental, se erigía una escultura colosal de Constantino, de 12 metros de atura, de la que solo se han encontrado algunas partes.
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Planta de Roma bajoimperial |
La obra es una gran hazaña constructiva que muestra los avances y las inteligentes decisiones en cuanto al sistema de contrarresto y cimentación. A pesar de que el hormigón ya se conocía en otras culturas, en Roma se generaliza su uso en el siglo II y no será hasta este momento en el que se consiga unir la funcionalidad, la belleza y la firmeza en una misma edificación de la manera en la que se hizo en esta construcción. Vitruvio afirmaba que el hormigón era un polvo de virtud maravillosa, y tanto es así, que gracias a él y a la pericia de los arquitectos romanos, ha tenido lugar el devenir de la historia de la arquitectura, quedando en el olvido durante la Edad Media por no ser considerado un material noble, y siendo recuperado en el siglo XIX, momento en el que se introduce el hormigón armado.
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